El procesamiento balanceado como herramienta para generar consensos.
En medio de la incertidumbre que vivimos, hay una certeza: todo está cambiando, y esto incluye las formas de vender, trabajar, relacionarse, estudiar y hasta divertirse. No se trata en realidad de nada nuevo, todos esos cambios estaban ocurriendo; pero gracias a la pandemia se han acelerado. Por lo mismo, resulta imprescindible meter velocidad a la adopción de nuevas habilidades en el liderazgo para que este sea efectivo y responda a las necesidades actuales.
Las softskills
El hecho de ser el jefe de un equipo de trabajo es una realidad externa, pero lo importante tiene que ver con lo interno, con cómo te desenvuelves al frente de ese equipo. Eso interno es a lo que se refieren las llamadas softskills. Las softskills, cuya traducción literal es habilidades blandas, se refieren a ese grupo de aptitudes que se aprenden y desarrollan de forma personal y que son la mejor base sobre las que se puede construir una relación con los colaboradores que sea más honesta, más eficaz y más armónica.
En otras palabras, el liderazgo que requiere hoy es aquel al que podemos agregar el calificativo de auténtico. El liderazgo auténtico no se apalanca en el simple hecho de “soy el jefe y me obedecen”, sino que debe basarse en esas softskills sobre todo para dirigir de manera correcta la toma de decisiones que implican tanto emociones como razón, y que deben lograr un consenso con los colaboradores.
Las emociones y la razón
Es muy común hablar del conflicto entre lo que se siente y lo que se piensa, y decir que nos movemos más sobre una línea que sobre otra. Pero lo ideal es lograr procesamiento balanceado donde las emociones impulsen los objetivos que se fijan racionalmente y, por tanto, hay claridad en el grupo de colaboradores para ir por ese camino.
Esto no se puede lograr si antes no hay un autoconocimiento que permita discernir el peso de las emociones y que clarifique la importancia de esos objetivos. Si no los hemos pasado por el tamiz de nuestras propias emociones y convicciones, no lograremos contagiar de ilusión ni persuadir a nuestros colaboradores de la trascendencia de esos objetivos por más que externamente se vean como la mejor opción.
Para consolidar este liderazgo, también entra en juego la perspectiva moral, es decir, el liderazgo sólo será auténtico si se basa en la fidelidad a nuestros principios. Debemos buscar que nuestro actuar esté en consonancia con nuestros valores fundamentales.
Buenas prácticas, grandes retos
La vivencia de los valores no sólo ayuda a encontrar el equilibrio entre razón y emociones, sino que permite un ambiente de confianza donde el colaborador encuentra estímulo y motivación, porque la coherencia del líder lo anima, se siente valorado y se compromete con los procesos de principio a fin, e incluso está dispuesto a dar un plus.
En el entorno actual es un reto basar el liderazgo en la integridad personal y en comprometerse con la transparencia en las prácticas interna y externas de la empresa. Pero por eso, es más necesario que nunca emprender ese camino basado en un liderazgo auténtico que permita consolidar empresas más comprometidas con sus colaboradores, con la sustentabilidad y con la sociedad en general.